Alimentación con cristales
Autor: Explorador (Oleg Cherne)
Año de publicación: 2013
¡Importante! Por ahora el libro está publicado sólo en lengua rusa.
Según una de las versiones del origen del ser humano, el hombre provino del cristal que desprendió la semilla primera. Hoy en día resulta difícil decir qué tipo de cristal era. Probablemente, según su estructura correspondía con el ámbar de lo que testimonian los romanos, en particular Plinio el Viejo, que determinó no solo la estructura del cristal, sino que también su olor. No obstante, tal vez se trate no solo de un cristal, sino de un grupo de cristales. De acuerdo lo que dice Juan el Apóstol, el ser humano consta de doce cristales que forman el tercero: su alma.
Si tomamos en consideración el hecho de que los cristales fueron las primeras formas educativas para la gente, entonces nos quedará claro por qué el ser humano conoció la estructura del espacio y basándose en la estructura de estos cristales luego empezó a describir el espacio. Todas las cosas que rodeaban la gente fueron percibidas como un elemento de influencia en el espacio en el que se situaban sus ejes y ángulos, mostrando cómo las distintas formas influyen en el espacio, que se parecía a su modo de percibir los cristales. Aunque primordialmente, la percepción, por supuesto, tenía unas funciones naturales y no cotidianas.
El mundo se consideraba por la gente antigua desde la posición de la mineralización. Y si aceptamos que el ser humano provino del cristal, entonces toda su vida se consideraba desde el punto de vista de la cristalización. El hombre y su vida originalmente correspondían con ciertos tipos de estructuras cristalinas.
Resulta que el surgimiento mismo de los cristales poseía una naturaleza celeste, terrestre y humana. En la Tierra más a menudo las correlacionaban con el agua, el Cielo y las montañas. Pero la mayor conformidad en la formación del ser humano se consideraba en relación con ciertas montañas, con los cristales. Examinaban la montaña desde el punto de vista del cuerpo. Ella podría poseer tanto un aspecto mítico (es decir, cierto modelo simbólico), como humano. Para la misma correspondencia entre gente y montañas testimonia el manuscrito antiguo de China: San-Hey-Din “Cuentos antiguos sobre montañas y gente” (500 a. C).
Sin embargo, la ciencia misma de los cristales posee sus raíces desde los tiempos más remotos tanto en los chinos mismos, como en los egipcios que hacían varios experimentos con cristales y piedras. Claro que, tanto en la cultura latinoamericana, como en la celta y de la India también nos encontramos con una actitud seria hacia las piedras. El aspecto más sensitivo, relacionado con la vivencia y el sabor, encontramos ya en los griegos antiguos (en Teofrasto) y después también en los romanos (en Plinio el Viejo).
Más tarde, la idea de las piedras empezó a obedecer a la comprensión única del cristal como de una piedra filosofal, es decir la piedra que fue capaz de generar energía. Y, tal vez, los primeros que prestaron atención a esto, fueron los alquímicos árabes Al-Biruni (973 – 1048) y Avicena (980 – 103). Sin embargo, una gran cantidad de sus obras se hicieron secretos por los místicos sufíes. En realidad, según unas de las versiones, el famoso Grial fue un determinado cristal, tal vez cinabrio o Bitartrato de potasio (cristal del vino).
En la Edad Media, los alquímicos también trataban de obtener de los cristales una energía infinita, inagotable. Cabe decir que el secreto de la estructura cristalina de los minerales, hasta hoy en día no deja en paz a varios investigadores, místicos y científicos, aunque a los principios del siglo XX, el hombre llegó a dar una determinación científica física de la estructura cristalina.
El año 1669 es considerado como el año de la formación de la ciencia de la Cristalografía gracias a la obra del Erasmus Bartholinus y Nicolás Steno, que juntos generalizaron los conocimientos acerca de los cristales y mostraron su propia experiencia.
Bueno, la ciencia misma de los cristales apareció gracias a la labor del científico noruego Victor Moritz Goldschmidt. Precisamente esta ciencia nos lleva de nuevo a la comprensión original de los cristales como unas piedras que tienen presente un cuerpo, es decir estructura. El estudio del comportamiento de los cristales, en general nos habla de ellos como de unos organismos vivos y su conducta no se distingue en nada del comportamiento de la estructura del ser humano mismo. La única diferencia es que la energía en el cristal es más y perfecta y de frecuencia más alta. La gente empezó a percibir los cristales geométricamente igual que los percibían en la antigüedad. Y si comparamos este enfoque con el concepto taoísta, entonces, veremos que, en realidad, lo han comprobado científicamente.
De hecho, la humanidad corresponde con 12 tipos de cristales, cada uno de los que tiene 7 partes visto desde la posición energética. Ocho cristales son capaces de sacar al ser humano del espacio temporal y llevarlo al intemporal. Todos ellos se entienden bajo el nombre unificado: cinabrios. Dentro de ellos existen tres ritmos perfectos, descritos por los tres cristales: oro, plata y uno de los cristales correspondientes a una persona concreta (por ejemplo, el diamante) y que nos lleva al jade como una especie de generación perfecta de energía.
Así que el Arte de convertir el metal en oro, que vino a nosotros desde los alquímicos medievales, tiene una condición conceptual de recristianización, que puede ser relacionada tanto con la alimentación interna, como también con la reestructuración del cuerpo mismo (conforme, por ejemplo, a la estructura del jaspe o al oro mismo).
Oleg Cherne ©
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